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Nunca he visto personalmente a Ramón Calsina, el pintor. Y confieso que su obra solo la he conocido un poco, y ya muy tarde. Y si añadimos que yo no soy crítico de arte, ¿lo que yo diga puede tener algún interés? Ningún interés de amistad o de clientela, esto es seguro.
Hablé de Calsina cuando se le organizó, debe hacer seis años, una exposición de homenaje. Lo hice en este diario, pero no he querido releer el artículo de entonces. Es otro momento, y el motivo para hablar también es otro: la aparición de un libro sobre Calsina. ¿Un libro? Si no me equivoco, el libro, es decir, la única monografía importante que se ha publicado sobre el pintor. El texto es de Enric Jardí, el prólogo de Avel·lí Artís-Gener y el apéndice –evocación personal- redactado por el hijo del pintor, Ramón, que lo dice bien claro: “Es verdad que una obra de esta envergadura sobre una obra como la del pintor Calsina, tarde o temprano, alguien, persona o institución, podría o debería de creer necesario llevarla a término. Pero tal como está el orden de prioridades, lo más probable es que fuera una obra póstuma. Hemos preferido avanzarnos a los acontecimientos, compartiéndola y disfrutándola con él”.
O sea, que quien ha editado este gran volumen es la familia, si lo entiendo bien. Tantos libros de arte que se publican –sobre toda clase de pintores: antiguos y modernos, famosos de siempre y figuras de reciente cosecha- por editoriales especializadas o por fundaciones culturales, y la trayectoria y la obra de Calsina no ha encontrado un lugar en estos proyectos. Acaso es necesario recordar que Ramón Calsina está a punto de cumplir noventa años –nació en febrero de 1901 en el Poblenou- y que durante toda esta larga vida no ha parado de pintar, y todavía pinta. Probablemente es el decano de los pintores catalanes actuales, y su extensa producción no cabe en este libro, a pesar que recoge alrededor de 310 obras, si un rápido recuento no me ha fallado. (La única reserva que hago a este volumen es la falta de índices). Se trata, pues, de un primer documento representativo de un pintor que ha hecho muchísimas exposiciones, que tiene un carácter propio dentro del panorama de la pintura catalana de este siglo… y un documento que llega a disposición pública gracias a un decidido esfuerzo privado.
Se ha evitado, pues, lo que el hijo del pintor llama una obra póstuma, el libro que aparece después de la muerte del artista con el fin de recordarlo y hacerle justicia. Es evidente que son muy importantes, estos libros recordatorios, y a menudo no se puede hacer un estudio lo suficientemente completo de la obra y de la biografía de un pintor, de un escritor, de un músico, de un personaje realmente productivo, hasta que no ha pasado mucho tiempo desde su muerte. Pero esto ha de ser compatible, pienso, con una suficiente compañía en vida. No todo el mundo la sabe buscar ni todo el mundo la encuentra. Hemos de aprender de otros países el interés del mundo político, cultural y social para acompañar la vejez de los que a lo largo de los años han creado una obra. Una compañía hecha de gestos y atenciones que acrediten, simplemente, reconocimiento y solidaridad cívica.