Biografia | ||
Entrevistes | ||
Crítiques | ||
Llibre |
En el catálogo de esta inusitada exposición, de un artista muerto hace un lustro y casi desconocido para los madrileños de hoy, Enric Jardí traza una breve y sustanciosa biografía del pintor: Ramón Calsina nace en 1901, en Poble Nou, hijo de un panadero cuyos productos vendía la madre en la contigua panadería o repartía a domicilio el niño por la barriada, contigua a Barcelona. Su oficio estaba previsto y nunca hubiéramos sospechado los talentos artísticos del joven panadero (pese a ser un oficio lindante con la escultura, especialmente hace un siglo, cuando lo manual dominaba a lo mecánico) de no mediar un vecino, obrero del taller de «La Vanguardia», contagiado del virus cultural, quien, no contento con llevar al niño a los conciertos del Orfeó Català y al museo instalado en un palacio de la Exposición del 98 (feliz matrimonio de arte e industria, del que nació el «Modernisme»), lo hizo matricular en una escuela privada de Bellas Artes, la Academia Baixas, de donde pasó a la academia oficial de «Llotja» (por donde había pasado Picasso a finales del siglo anterior) y, gracias a una beca, visitó los museos y escuelas de Zaragoza, Madrid, Toledo, Sevilla, Granada y Valencia, coincidiendo con la Exposición Internacional de Barcelona, donde mereció un diploma por su dibujo humorístico «Tragedia». Al año siguiente expone en la Sala Parés, lo que le facilita el paso decisivo: París, donde figura en el sillón de «Surindépendents», de 1930 y en «Humoristes», de 1931. La muerte del padre le obliga a volver a Barcelona, donde ingresa como profesor ayudante meritorio (paradójica denominación de quienes trabajan sin gajes) de la Escuela de Bellas Artes. Tras la guerra civil de 1936-39, con la secuela de sendas estancias en dos campos de concentración, Calsina vuelve a la pintura y a la ilustración de libros (Cervantes y Poe), logrando una reputación merecida como dibujante y litógrafo, a la vez que como pintor. Murió en 1992.
En mis juveniles años barceloneses, pese a frecuentar las galerías y exposiciones de posguerra, confieso que no llegué a conocer la obra de Calsina, mientras admiraba la de otros pintores y humoristas, en especial Xavier Nogués (1874-1941), Lola Anglada (1892-84) y algunos mas, de esa entreverada facción que ha sabido reunir la seriedad y la gracia, la pintura y el grabado. Me gustaba ver en el Museo de la Ciudadela las admirables decoraciones de Nogués para un famoso café-tasca de clientela estética y, en los puestos de Prensa, las caricaturas de Opisso y de Castanys. Pero, a pesar de frecuentar la galería Syra, donde, bajo la semi irónica arquitectura del mejor Gaudí, podía admirar las obras de Olivé Busquets, Pau Roig o Rafael Benet, no recuerdo haber visto las de Calsina, habitual de la casa. Creo que su reputación (hoy confirmada en esta muestra del Conde Duque) fue tímida y tardía, según leo en el texto de Jardí, en 1957 y especialmente después, en 1984... los catalanes… empezaron a percatarse de que contaban con un artista excepcional...» Ya hacía tiempo que yo no vivía en Barcelona.
Ruego al lector que excuse esta referencia impertinente hacia mis recordadísimas experiencias barcelonesas, para que comprenda mi sorpresa al encontrarme, medio siglo después, con un pintor que desconocí y que ahora llega con su gustillo a esa época, que me fue tan querida. Calsina se nos presenta (en esta exposición madrileña, propiciada por la Fundación Banco Sabadell) en su doble actitud de pintor y de dibujante. Como pintor, además de unos cuantos retratos de carácter familiar y de buena calidad («Abuela de Montán», y su madre, esposa e hijos), de varios honrados bodegones, provistos de una composición radiante, a partir del centro («Bodegón con tomates», 1966; «Bodegón con pescados», 1970; «Bodegón con coliflor y rábanos», 1960...) y de muchos interiores de habitación, en aspa («El piano», 1980; «Bodegón con cubo», 1932; «id con sombrero», 1934; «Antiguo estudio…», 1955, «Rincón de estudio», 1958 ...), representa lo que cabría llamar «escenas», en las que se entremezclan lo real y lo inventado entreverados de manera imaginativa y hasta con un matiz burlón. Así la titulada «Poblenou» (1980) combina una vista desde una azotea, con casas y horizonte de mar y un enorme globo colorado, con un primer plano de mueble entreabierto y gallarda y pensativa enlutada, acaso viuda joven porque en su regazo se apoya una niñita... El perfil de esa nena, de nariz remangada, a lo «delfín» marino (y no francés), lo reconocemos en los personajes de numerosos cuadros, como «Recuerdos de infancia», 1988; «Poblenou nevado», 1981; «Tocando el piano», 1989; «Evocación», 1977; «Composición con tejados», 1970; un asombroso «Crepúsculo», 1988; «La mudanza», 1957; «Esperando el retorno», 1975...; alcanzando un sarcasmo hiperrealista en «El torero de los cirios», 1950 y «Torero y payesa», 1968. En este buen sentido catalán se introducen, con naturalidad, elementos grotescos y discordantes en «Madre e hijo», 1929; «Paisaje verde con figuras», 1982; la acuarela «Maternidad» (con un niño-guitarra) 1980; «Cala Roja, Menorca», 1957; alcanzando una extraña agresividad en la «Carga de la policía en la Rambla», París 1930, torbellino de globos y de huidas en apacible paisaje urbano, o la truculenta «Lección de piano», 1935, suerte de «Sonata a Kreutzer» tolstoiana, en ambiente familiar.
Este a modo de chirrido en el seno de la armonía asombra más fácilmente en los dibujos, cuya apacible factura disimula apenas grotescas contradicciones. «El mal catedrático» apoyado en su cepillo; «El hombre de las tres caras», ante su biblioteca; «El hermano soltero», con su panal de abejas y su palma; «El recién nacido barbudo»; «Autobombo»; «Felices fiestas»; «Estampas infantiles»; «Sentando cátedra» o (no podía faltar) «El picador» (con gafas, estudiando en su biblioteca) son escenas de una comicidad casi inquietante: sólo aparentemente apacibles, nos revelan algo del misterio de este artista, oriundo de «Panadería» (una región que olvidó Jonathan Swift) y cuyo «Autorretrato», dibujado delicadamente en 1930, parece escamotear un dudoso misterio que no desmiente la firma, tan rotunda, de Calslna.