Mirar un cuadro

El 26 de noviembre hizo diecisiete años de la muerte de nuestro padre, el pintor Ramon Calsina. Nunca hemos dejado de sentir su presencia, y no es sólo una frase hecha, ni hemos dejado de sentir la responsabilidad de honrar su memoria, aunque se nos hace difícil, tanto por nuestras carencias, como por los vientos que corren en el mundo de la cultura oficial.

Muchas son las aportaciones que creemos que serían positivas del conocimiento de la obra y de la persona de Ramon Calsina. Cada vez que voy a ver una exposición pienso en él de una forma especial porque me gustaría tenerlo al lado y poder preguntarle su opinión, como hacía cuando íbamos juntos. Yo era honrado y daba mi opinión, explicaba lo que sentía y después le pedía su parecer, y a menudo salía escaldado porque sus juicios salían de una sensibilidad y una inteligencia artística superiores y con una honradez tan contundente que podía ser dura e incómoda. Composición, luz, autenticidad, honradez, fuerza, personalidad, la capacidad de asumir dificultades y solucionarlas, situación histórica... una larga lista de aspectos, de facetas que situaban esa obra, por su valor intrínseco, en una escala de valores del hecho artístico, maciza, sólida, real, lejos de cualquier arbitrariedad y común a todas las sensibilidades que se cultiven.

Después de escucharlo volvías a mirar el cuadro y te dabas cuenta de que tenías más puntos de apoyo para construir una sensibilidad un punto superior, que podías atreverte a buscar sensaciones más sólidas, más potentes. No era un adoctrinamiento cultural, ni ideológico; era como una ventana que me abría a su visión de la Realidad del Arte que él contemplaba desde una altura superior.

Mi padre sentía como una especie de vergüenza, porque aunque las explicaciones eran perfectamente razonadas y me hablaba, también, de técnica, era sentimiento lo que me mostraba, y hacerlo y tenerlo que explicar le costaba.

De él aprendí que no hay que tener miedo a decir lo que se siente ante un cuadro. Sólo hay dos condiciones: decir lo que sientes tú ante lo que ves y estar convencido de que esta capacidad de sentir puede crecer ejercitándose con esfuerzo y dedicación, como todas las capacidades humanas.

El Arte es un reflejo de la Armonía Universal y seguramente el sentido de la vida es crecer en todas las facetas de nuestra esencia para comprenderla.

 

Ramon Calsina i Garcés
Marzo 2009

 

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